7 de febrero de 2009

Lo bueno, lo malo, la hipnosis y lo mediocre

Los nuevos promocionales que se han estado presentando en la televisión gracias al súper IFE y los Partidos Políticos no me parecen del todo innecesarios, más bien los considero un acto de hipnotismo.

Lo bueno, que actúan como informantes hacia una población mexicana que parece no hace otra cosa que ver una pantalla la mayor parte del día cuando se supone debería estar practicando algún deporte o ya mínimo conviviendo con la familia.

Lo malo, lo malo es la forma tan ridícula y pretenciosa en que los presentan, veamos:

Los pasan en horarios en que saben  que las personas pueden o han decidido tomarse un descanso para apreciar su programación favorita y es precisamente aquí que el mensaje original pierde su cualidad al percibirlo las personas como unos intrusos en su diversión. En particular, esto resultó visiblemente un error durante los partidos de fútbol de la liga mexicana el pasado fin de semana.

Incluso deberíamos preguntarnos porque al interrumpirse los partidos transmitidos por Televisa apenas al inicio, daba la impresión de que los comentaristas tenían la consigna de no hacer ninguna alusión respecto a los promocionales; por otro lado, cada que se tenían que presentar los mensajes durante  la transmisión de los encuentros por TV Azteca, no importando el narrador que fuera, éste mencionaba –ni modo amigos, a continuación tendrán que ver la propaganda de los partidos políticos- .

Desearía que pronto, ambas televisoras nos aclararan su sentir ante esta situación, aunque considero que todos sabemos de antemano que se trata de posturas políticas, mercadológicas e ideológicas con fines más bien lucrativos.

 

Ahora bien, lo hipnótico aquí es, como ya lo decía, la pretensión que existe en el tiempo y espacio en que son presentados.

Si antes no soportaba los comerciales en los que aparecía un viejito, un joven moreno, una señora o cualquier otra persona con rasgos mexicanos, en los que se te pedía acudieras a sacar tu credencial para votar e incluso se te invitaba a votar; ahora imagínense seis mensajes de este tipo, una detrás de otro, retumbándome una y otra vez, seis veces al día y de aquí al cinco de julio; díganme ustedes mismos si no resulta un acto de hipnosis.

Lo malo, una vez más, lo malo es que apenas va comenzando esta “nueva era” y ya estoy extrañando la anterior; aquella época en la que el IFE sólo contaba votos, aquella donde los partidos políticos se difamaban y atacaban, y que la verdad hacían por lo menos más divertidos e interesantes los mensajes en vísperas de nuevas elecciones.

Lo mediocre en todo esto es admitir que me pasé todo un día pegado a la televisión con el único propósito de llevarles éste análisis hasta ustedes, es por esto que les suplico no pierdan su tiempo, véanlos una, dos y hasta tres veces; de ahí en más, no importando la elección que usted tome, lo importante es que salga con su familia a dar la vuelta y sentirse libre de sus propias acciones e ideas.

 

 

 

El odio

Hace ya algún tiempo que vengo pensando que sería mejor explotar y decirle todo lo que pienso sobre ellos a cada uno de los personajes con los que convivo a diario.

Resulta que me es imposible soportar a las personas que todo el tiempo están alardeando sobre algo que no han logrado o que por alguna extraña razón ellos lo presumen para hacerse notar; así es, usted podrá recordarme aquél viejo cliché que recuerdo decía: “si vas a criticar, primero mírate en un espejo”, y la verdad eso es lo último que importa a la hora de hacerlo.

Odio la convivencia con ese tipo de personas por la simple razón de querer hacerse notar por todos los medios posibles, odio a las personas que se visten distinto de mí, odio a las personas que hablan con eufemismos, odio a las personas hipócritas, odio a los que hablan con pesimismo, odio a las personas necias, odio a los que se creen galanes, odio a las mujeres que se creen irresistibles, odio a los que siempre les sobra el dinero, odio a aquellos que dicen que todo les vale (cuando todos sabemos que no es cierto); odio a éstas y muchas más personas.

Ahora bien, dígame usted amigo, si no los odia también. Ambos sabemos que en el fondo los odiamos en cierta medida a unos y otros; y esto es posible gracias a que tanto usted como yo somos exactamente iguales a esas personas.

Todos necesitamos odiarnos para encontrar aquello que nos distingue de los demás, aquello de lo cual nos convenzamos de que somos especiales y poder explotarlo con el único fin de que los demás nos envidien –ya si usted logra que lo odien, estará en presencia del éxito-.