24 de enero de 2009

Cómo hacer de un niño un futbolista.

Normalmente hay una regla en la vida: si no lo logras, enseñas.

 

Los dos ideales de los padres son: que su hijo saque puro diez en la escuela (sic) y/o que sea futbolista. Generalmente la primera idea muere rápidamente al ver que su hijo reprueba metodología de los “garabatos” en el kínder (nuevamente sic).

Este proceso comienza cuando el padre no logra sus objetivos de convertirse en el gran atleta, en este caso futbolista, que México esperaba dentro del deporte.

 

Viene el siguiente paso, el joven crece, se casa y se pone a darle todo el día y toda la noche con su mujer con el fin de tener un hijo varón y cuando lo logra al fin; no importando que su hijo tenga sólo un año (en los casos más extremos) o tres, para los menos obsesivos, qué es lo que hace el padre, le regala una pelota (o un baloncito).

En este punto la mujer dice – ay mi amor, está muy chiquito- (léase con voz de mujer melosa) y el padre se justifica diciendo que sólo – es para que juegue un rato- (léase con voz de padre valemadrista).

Cuando el niño tiene entre 5 o 7 años, entonces el balón cambia por uno casi profesional, además de obsequiarle la playera del equipo de fútbol favorito del papá (nótese que si el padre es de barrio, ésta será del América o las Chivas) y unos tenis Nike o Adidas; todo esto, con la firme idea en la mente de que su hijo será el próximo Maradona (no por lo “drogo”) o el otro rey Pelé.

 

Cuando el niño tiene de 10 a 12 años, la disputa la gana el papá sobre la mamá, al decidir éste inscribir a su hijo en una escuelita de fútbol (de algún equipo profesional) por encima de la idea de la mamá de meterlo a un curso de verano (de esos chafas que dan en el IMSS).

Después el tiempo transcurre entre los partidos del niño los sábados por la mañana (en donde el papá lo acompaña y no obstante que ya se ha metido mucho, se cree el mejor a la hora de darle las tácticas y técnicas “secretas” del fútbol a su hijo) y las idas a los estadios los domingos por la tarde para ver a Cuauhtémoc Blanco o a Omar Bravo.

 

Cuando el niño se ha convertido en un joven de 18 a 21 años hay dos caminos: el joven tiene contacto con alguna droga o vicio y ahí se esfuman todos los sueños ó -seamos optimistas- el joven se planta en su ética y moral y sigue trabajando (deportivamente hablando) hasta que lo reclutan algunos entrenadores que lo llevan al fútbol profesional.   

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